martes, 20 de mayo de 2014

El traje nuevo del banquero

  Tras los rescates bancarios en la UE y las sucesivas reformas bancarias en España, resulta que sigue pesando sobre las economías la incertidumbre sobre la solidez de las cuentas bancarias. En enero de este año, el propio Mario Draghi aseguraba en el Foro de Davos que los stress tests o pruebas de solvencia nos sacaran de dudas en otoño; pero esas dudas se manifiestan claramente en que la banca sigue incumpliendo la función de facilitar crédito a la economía real.

Y sin que el riesgo sistémico haya desaparecido. Porque “tenemos un sistema bancario frágil y peligroso, que daña la economía y que requiere el apoyo de los gobiernos cuando los riesgos empeoran”; y la banca necesita una mejor regulación y supervisión, como se argumenta en el libro The Bankers’ New Clothes: What’s Wrong with Banking and What to Do About It” (titulo en la trad. al castellano “El traje nuevo del banquero. Que ocurre con la banca y cómo resolverlo”, Antoni Bosch editor, 2013),  que tiene como autores a la prestigiosa profesora de Economía y Finanzas en la Universidad de Stanford, Anat Admati, y al Director del  Instituto alemán Max Planck para la Investigación sobre bienes colectivos, Martin Hellwig.  El propósito explicito del libro es expandir el debate político sobre la regulación bancaria más allá del círculo de los banqueros y de los especialistas, porque – dicen- si ese debate se les deja a los que les concierne directamente, el sistema financiero continuará bajo el riesgo de bancos inseguros y todos sufriremos las consecuencias.

Con un lenguaje sencillo y afán divulgador, los autores apuntan que el cuando vayamos a tener otro colapso financiero como en 2008 dependerá en gran medida de que se logre contener el endeudamiento bancario dentro de límites razonables. Porque los bancos prefieren operar con dinero ajeno, endeudarse,  en vez de utilizar mayores recursos propios. Casi todas las transacciones  financieras implican alguna forma de apalancamiento, como sucede con las deudas hipotecarias que  permiten a las familias utilizar un pago pequeño para comprar una casa. Y cuando la economía prospera, con el dinero en préstamo los bancos obtienen enormes beneficios; pero cuando la economía se hunde, las deudas multiplican las pérdidas, de manera que al final son pagadas por los contribuyentes, como estamos experimentando tras la crisis financiera.

Sin embargo, los proyectos de regulación se han empantanado porque la labor de los lobbies bancarios ha dado la vuelta al debate sobre la reforma del sistema financiero. Los banqueros utilizan sus organizaciones de lobby para difundir narrativas en contra  de unas mayores exigencias de capital para los bancos, alegando que tales exigencias incrementaran los costes y reducirán los préstamos, un argumento cuya falsedad se demuestra en este libro. Los lobbies bancarios han ido tejiendo “las nuevas vestimentas” o “el nuevo traje” para la banca con narrativas falaces que diluyen los intentos políticos de limitar el endeudamiento  y la exigencia de mayores recursos propios para los bancos; sosteniendo, por ejemplo,  que un dólar más en capital, es un dólar menos en la economía; una de tantas falacias contra una reforma estructural del sistema. 

Históricamente, los bancos han financiado su negocio con mucho mayor capital propio del que disponen actualmente: para los bancos estadounidenses llegaba hasta el 50 por ciento del pasivo. Pero desde los años treinta se fueron reduciendo los recursos propios para operar como banco, argumentando que la existencia del seguro público de los depósitos hacía innecesario retener tanto capital. Y así, con menos fondos aportados por los accionistas se fueron apoyando más en los depósitos (que son deudas para los banqueros) y en la emisión de bonos o valores híbridos (como las tristemente famosas participaciones preferentes) y la especulación financiera. De modo que cuando los mercados financieros se colapsaron, casi todos los bancos eran insolventes; siendo rescatados por los contribuyentes en los EEUU y en la UE. Incluso hoy, aseguran los autores, cuando un banco europeo se ufana de disponer de un 10 por ciento de capital “core” o básico,  en realidad es inferior al 5 % del total de activos y probablemente sea de 2 o un 3 por ciento. Desde luego, la medida más directa para que los bancos aumenten su solidez y la estabilidad del sistema financiero sería la prohibición de repartir beneficios a los accionistas, reteniéndolos hasta alcanzar el nivel de capital necesario. Medidas que  beneficiarían inmediatamente la economía porque reforzarían la banca y el sistema.

En esa línea argumental, con un lenguaje directo y  asequible para no especialistas, este libro documentado – casi la mitad de las páginas finales son referencias - nos familiariza con la necesidad urgente de una regulación y supervisión que supere los riesgos sistémicos de las finanzas; y conduzca a los bancos a ofrecer mayor transparencia y seguridad, generando el crédito vital para que funcione la economía.-

      (Los párrafos centrales de este artículo han sido publicados como reseña del libro referido en Alternativas Económicas, nº 14, mayo 2014)                    


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