jueves, 14 de julio de 2011

Los mercados, financieros por supuesto



(Publicado en la revista Temas para el debate.Nº200.Julio 2011)

Desde la primavera de 2010, los españoles se encontraron con que la expresión “los mercados” se asociaba con nuevos planes de política económica que cambiaban el discurso del gobierno y que ese cambio significaba recortes concretos del gasto social, de retribuciones de los funcionarios y congelación de pensiones y privatizaciones. Las decisiones del gobierno tenían que someterse a los dictados de los mercados internacionales de la deuda pública con coste creciente para los préstamos a los que acudía el gobierno y con el temor de no encontrar compradores de esa deuda para equilibrar las cuentas, deterioradas con la crisis.

Hasta entonces, se había ignorado por autoridades y ciudadanía que esos “mercados” habían suministrado el abundante dinero barato derrochado en la especulación inmobiliaria y en el consumo suntuario. Pero, llegada la crisis y la consiguiente disminución de la recaudación tributaria, el gobierno dependía de los prestamistas internacionales; porque a lo largo de las últimas décadas, el Estado se ha ido desprendiendo de las fuentes propias de ingresos públicos, que habían quedado reducidas a los impuestos. Como en el caso de la mayoría de los Estados de la Unión Europea, las privatizaciones del patrimonio estatal les han hecho dependientes en un 90 % de sus ingresos fiscales sujetos al albur de la coyuntura económica; y de la financiación internacional cuando flaquea el ahorro nacional. Y para colmo la competencia fiscal intraeuropea para atraer al capital ha conducido a sucesivas bajadas de impuestos, consideradas incluso política de izquierdas; y con la recesión, se han endeudado fuertemente con el exterior al garantizar inclusive el fuerte endeudamiento de sus bancos y cajas de ahorro en apuros a los que ha dado su aval hasta 100,000 millones de euros en España.

Desde mayo del año pasado, tras la expresión “los mercados” se asume el peso del entramado financiero mundial que busca rentabilidad para su dinero; todo un poder global que sufren, en especial, los gobiernos más débiles políticamente o más necesitados de financiación. Y se acepta la idea de la globalización de la banca, de los mercados financieros que dominan la economía productiva y de la supeditación de las políticas gubernamentales a la rentabilidad bancaria y de los fondos especulativos sin fronteras. Para el Fondo Monetario Internacional la idea de mercado es una herramienta intelectual para conformar todas las realidades económicas y políticas, como es el caso de las sociedades instrumentales que se domicilian en ciertos países y territorios, donde no realizan actividad económica local, para operaciones comerciales o financieras internacionales y a las que considera parte del mercado global de servicios financieros.

Y en esos mercados de servicios juegan también las conocidas agencias de calificación de riesgos crediticios que dan su calificación a las acciones de una empresa cotizada o de un banco igual que a un país. Un mercado donde las tres principales agencias se reparten ese servicio aceptado mundialmente a pesar de haber sido declaradas culpables en parte de la crisis financiera global, que es una de las conclusiones de la investigación sobre la crisis llevada a cabo por el Congreso estadounidense. Y estas empresas privadas siguen insertas sólidamente en casi cualquier parte del sistema financiero mundial. Se utilizan por los inversores para decidir en lo que quieren invertir; se utilizan para el cálculo del capital que necesitan los bancos, las compañías de seguros y otras entidades financieras; y se utilizan por el BCE para el cálculo de los recortes en la valoración de activos de los repos, préstamos a los bancos con garantía de activos; junto con muchas otras aplicaciones.

En el lenguaje actual el concepto de mercado traslada la idea de libertad de acción y por tanto de invención de nuevos productos que son objeto de intercambio comercial. En ningún campo económico se expresa con mayor claridad esta concepción ideológica del mercado como en el mundo financiero sin fronteras. Lo reflejaba muy bien la presentación de la guía del visitante de Bolsalia, la feria de la bolsa y los mercados financieros celebrada en mayo 2011 en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid. Frente al entorno económico de cifras alarmantes de paro y falta de crédito para las empresas productivas, esta XII edición de Bolsalia se presentaba como un escenario “más optimista y más prometedor que el del pasado año”. La alta volatilidad existente en los mercados (financieros) ha ofrecido y ofrece importantes oportunidades a los inversores que deciden asumir un mínimo de riesgo, decía. Un millar de expertos ofrecían productos para invertir, desde acciones en grandes empresas productivas hasta productos innovadores complejos para el trading, la compraventa especulativa, como los CFD o contrato por diferencia que son apuestas sobre las fluctuaciones de los precios de divisas, materias primas, etc., sin tener divisas o materias primas; por tanto el “inversor” puede obtener beneficios en mercados tanto alcistas como bajistas.

Pero la atención pública de medios y de gobierno se centra en los mercados de los bonos del Tesoro que han de suministrar a los gobiernos la financiación de la recaudación y el ahorro de sus países, donde concurren firmas de inversiones, bancos globales y fondos liderados por “los vigilantes de los bonos” – apelativo anglosajón de los especuladores en deuda soberana - que piden rentabilidad máxima para sus inversiones sin demandas políticas concretas pero preocupados de entrada por los gobiernos “derrochadores” (dicen) y por los riesgos de insolvencia previsible o hipotética. Y en particular atentos a medidas tributarias directas que puedan dañar la rentabilidad de su inversión en bonos soberanos europeos, que siempre estará más garantizada si procede el exterior, por ejemplo de fondos opacos de un fideicomiso (trust) en Suiza.

Una anécdota de la etapa de Clinton ilustra el trasfondo político del problema. A pesar de aquel eslogan famoso electoral de “¡La economía, estúpido!, se cuenta que cuando Bill Clinton llegó como Presidente a la Casa Blanca en 1992, la cuestión clave era si la nueva Administración demócrata incrementaba el gasto público con programas sociales manteniendo la promesa electoral de recortes de impuestos para las clases medias o si optaba por equilibrar el presupuesto con el fin de mantener bajos los tipos de interés y superar el déficit dejado por la anterior Presidencia de Ronald Reagan. Clinton no estaba muy al tanto sobre el peso importante que ya había adquirido la gran banca de inversiones durante la etapa de Reagan, pero su mentor, Robert Rubin, un hombre de Wall Street (y mentor luego de Obama), que había sido el más importante recaudador de fondos para el partido demócrata y entonces director del recién creado Consejo de asesores económicos, defendía firmemente el equilibrio presupuestario y la importancia de establecer una relación cordial con el “mercado de los bonos” pretendiendo dotarse de unas bases sólidas para el crecimiento a largo plazo.

El argumento de Rubin era que el mercado de los bonos del Tesoro estadounidense solía desconfiar de los presidentes demócratas; y si “los operadores” – especuladores, diríamos - de ese mercado sospechaban que Clinton iba a caer en la “irresponsabilidad fiscal”, es decir, en el déficit persistente, exigirían mayores rentabilidades para comprar la deuda del gobierno estadounidense, empujando al alza a los tipos de interés en toda la economía y ahogando así el crecimiento económico. Era la teoría predominante entonces que aún sigue predominando. En consecuencia, al comenzar 1993, bajo la influencia de Rubin - que luego fue nombrado Secretario del Tesoro - en la primera reunión del equipo económico de Clinton se adoptó el acuerdo de que la reducción del déficit debía de ser la primera prioridad con el objetivo de lograr credibilidad ante Wall Street. Y después de adoptarse esa decisión clave para la política futura, uno de los asesores del Presidente, John Carville, comentó: “Yo solía pensar que si hubiera reencarnación, me gustaría regresar de Presidente o Papa o estrella del béisbol. Pero ahora pienso que me gustaría volver como “mercado de bonos” porque puedes intimidar a todo quisque”.

Tras la ironía de esa anécdota, se denunciaba la opción política de futuro adoptada, que ahora se esconde tras la expresión “los mercados”. Bastantes años después, el citado informe del Congreso estadounidense sobre la crisis incluye muchas referencias a las medidas desreguladoras adoptadas por la Administración Clinton de las que se deduce claramente que la decisión política soterrada en la anécdota anterior, llevó al desmadre y luego al colapso de Wall Street, evitado por Washington gracias al dinero de los contribuyentes y traspasando la carga de la insolvencia bancaria al Estado.-

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