jueves, 8 de febrero de 2018

Donald Trump: corrupción y blanqueo de capitales asociados a negocios inmobiliarios

 “Every other country goes into these places and they do what they have to do… It’s a horrible law and [the Foreign Corrupt Practices Act] should be changed.”  

"Todos los demás países van a estos lugares y hacen lo que tienen que hacer... Es una ley horrible y [la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero] debería cambiarse"  escribió Donald Trump en uno de sus tweet. Y en noviembre de 2017, en conferencia de prensa en la Casa Blanca, el presidente de los EEUU calificaba la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero como una ley "ridícula" y  " horrible" porque dificulta que las empresas estadounidenses compitan en el extranjero. Pero esta Ley de 1977, enmendada en 1978, que prohíbe a las empresas pagar sobornos a funcionarios en el extranjero, sigue siendo una parte clave del combate de EEUU contra la corrupción mundial. Dado que esta legislación se aplica a cualquier empresa, incluidas las empresas extranjeras que tienen intercambios y conexión con los EEUU, a lo largo de los años ha llevado a juicio a numerosas las multinacionales como Siemens, Daimler AG, Halliburton y Lockheed. Y desde luego coarta la libertad de acción de los promotores de grandes torres urbanas enfrentados a entornos legislativos estrictos en algunos países.

Indudablemente, las actividades empresariales de alcance internacional, desarrolladas durante décadas por el actual inquilino de la Casa Blanca en Washington, le otorgan fundamento a su opinión en el sentido de que la legislación antisoborno estadounidense puede ciertamente representar en muchos casos un obstáculo para negocios como los inmobiliarios y afines, en los que pesan fuertemente dos factores claves como son la necesidad de financiación (a menudo ligada al blanqueo de capitales) y la intervención estatal (frecuentemente ligada a la corrupción política).

Los negocios inmobiliarios son de alto riesgo  económico y público

Para entender el gran problema político que afronta hoy el Congreso de EEUU hay que reflexionar sobre la biografía empresarial de su Presidente. Según todas las informaciones, hasta su llegada a la Presidencia las actividades empresariales de Donald J.Trump se han centrado básicamente en negocios inmobiliarios, como la adquisición de extensos solares o inmuebles, la construcción de grandes torres urbanas y su explotación comercial, aunque también haya tenido relevancia su participación en la explotación de casinos de lujo y organización de grandes espectáculos. Negocios para los que se requiere una sustancial aportación inicial de dinero generalmente ajeno o  financiación externa a medio y largo plazo. En otras palabras, son empresas que requieren la aportación de inversiones millonarias que quedan asociadas al riesgo del posterior resultado del propio negocio; es decir, a la recuperación de esas inversiones mediante la comercialización posterior de apartamentos y locales, sea por venta o alquiler. Negocios en los que la procedencia ilegal del dinero facilita el crédito y disminuye sustancialmente su coste. Es sabido que las inversiones de dinero sucio resultan más baratas para el receptor que las procedentes del dinero legal. De ahí la frecuencia  con que los grandes negocios inmobiliarios son la vía más corriente para el lavado de dinero del narcotráfico, la corrupción o el latrocinio. Y asimismo se ven estimulados por entornos políticos neoliberales como demostró la crisis financiera.

Más aún, son un tipo de negocio cuya rentabilidad arriesgada en alto grado que, además de demandar sustanciales cifras iniciales de efectivo, depende mucho del entorno legal vigente, puesto que exige la obtención de permisos y autorizaciones de autoridades locales, regionales o nacionales, bien para la construcción como para la dotación de instalaciones y servicios o el alquiler o venta del producto final o de la administración y gestión de las viviendas y locales comerciales resultantes. En otras palabras, la rentabilidad de los negocios inmobiliarios está ligada estrechamente con la política, la legislación y las reglamentaciones urbanísticas de cada país. De donde el logro  de facilidades de las autoridades implicadas mediante el soborno reduce los costes finales y mejora la rentabilidad del negocio. De ahí también la frecuencia con que la promoción inmobiliaria resulta asociada a la corrupción política de las autoridades y funcionarios implicados que flexibilizan la aplicación de leyes y reglamentos; o que simplemente las ignoran y toleran su inaplicación.

Unos cuantos episodios de la trayectoria empresarial de Donald Trump nos ayudaran a comprender su oposición contra la legislación estadounidense sobre corrupción. Y asimismo entenderemos por qué el lavado de dinero sucio ha sido incluido, según cuenta la prensa estadounidense, en la investigación en curso de Robert Mueller, el fiscal especial designado por el Departamento de Justicia para indagar sobre la injerencia de Rusia en las pasadas elecciones presidenciales de los EEUU, que comprende a cierto número de colaboradores.

Es conocido que desde que se convirtió en presidente de los Estados Unidos, numerosas investigaciones y artículos han indagado en los negocios de Trump y sus presuntos vínculos con criminales y  personajes sombríos. Esto es relevante porque parece probable que, después de sus diversas bancarrotas, al menos una parte del imperio empresarial de Trump se haya construido sobre fondos imposibles de rastrear por su aparentemente vinculación con redes criminales rusas.

La obtención de dinero fresco: La venta de la mansión en Florida

En el libro (recomendable) de amplia difusión internacional Collusion (2017), el periodista británico Luke Harding sostiene que durante cuatro décadas el imperio inmobiliario de Trump ha funcionado eficazmente como una laundromat, una lavadora automática para el dinero de Rusia. Los fondos que salían desde la antigua Unión Soviética se desparramaban en los bloques de pisos y lujosos apartamentos de Trump. Incluso mientras el candidato Trump hacia campaña por la presidencia en Iowa y New Hampshire, sus asociados seguían insistiendo en conseguir dinero de Moscú y permiso para la construcción de una torre en Moscú, un proyecto acariciado desde muchos años atrás. De esa seria investigación periodística extraemos algunos datos muy sugerentes.

Un ejemplo significativo que se cita es la venta de la mansión de Trump en Florida, de la que obtuvo limpiamente 50 millones de dólares de beneficio. Situada en Palm Beach, en el estado de Florida, bajo el nombre francés Maison de l´Ámitié, disponía de 18 dormitorios, fuentes griegas, una enorme piscina, garajes subterráneos y un jacuzzi con vistas al océano.  En 2004 Trump la adquirió por 41 millones y cuatro años más tarde la vendió por 95. Todo un extraordinario beneficio, aun descontando la inflación, el repintado de los edificios, el atractivo de la marca Trump y los caprichos de un megarrico que buscaba invertir en los EEUU.

El comprador, un oligarca ruso, Dimitry Rybolovlev, ya estaba registrado como multimillonario por la revista Forbes y, entre otras propiedades inmobiliarias  y una importante colección de grandes pintores, años después sería el dueño del Mónaco Club de futbol. Lo curioso es que nunca llegó a pisar esa gran finca en Florida, ni habitó la mansión ni mostro interés hasta el extremo de que más tarde fue demolida. Sin embargo, en 2016, durante la campaña electoral de Trump, su avión privado, un Airbus A319 registrado en la Isla de Man, fue visto con frecuencia en los aeropuertos estadounidense de ciudades donde Trump realizaba mítines electorales, según informaciones de prensa; uno de tantos testimonios que alimentan los interrogantes sobre la implicación rusa en la última campaña presidencial estadounidense.

El Trump Ocean Club International & Tower de Panamá

A principios de la década de 2000, una serie de quiebras significaron que Donald Trump fuera rechazado por la mayoría de los bancos prestamistas. En su búsqueda de crédito, comenzó a vender su marca comercial para proyectos inmobiliarios de alta gama. Un reciente informe de la veterana ONG británica Global Witness examina en detalle las conexiones criminales que impulsaron uno de esos proyectos, el Trump Ocean Club International Hotel y Tower en Panamá, y cómo este caso ofrece algunos de los mismos rasgos inquietantes que otras promociones inmobiliarias de Trump.

Es posible que Trump no se propusiera deliberadamente facilitar la actividad delictiva en sus negocios, señalan los autores del informe. Pero esta investigación muestra que vendía la licencia de su marca comercial de alto rango a promotores inmobiliarios de todo el mundo. Y uno de estos casos fue el lujoso Trump Ocean Club International Hotel and Tower en Panamá en cuya construcción y promoción los intereses financieros de Trump se alinearon con los de los delincuentes que buscaban blanquear ganancias ilícitas; sin que al parecer el empresario estadounidense hubiera hecho poco o nada para evitar esto. Y lo que está claro es que las ganancias del narcotráfico de los cárteles colombianos se lavaron a través del Trump Ocean Club mediante la compra de unidades hoteleras;  y que Donald Trump fue uno de los beneficiarios, ganando decenas de millones de dólares.
En el caso del Trump Ocean Club, aceptar dinero fácil y posiblemente sucio, desde el principio habría sido en interés de Trump; porque era necesario un cierto volumen de ventas previas a la construcción para asegurar el financiamiento del proyecto, que a fines de 2010 le costaría 75,4 millones de dólares. Uno de los hombres involucrados en el plan fue David Eduardo Helmut Murcia Guzmán, quien posteriormente fue sentenciado a nueve años de prisión por un lavado de millones de dólares. Otro fue Alexandre Henrique Ventura Nogueira, quien vendió unidades en el Trump Ocean Club y más tarde admitió que algunas de las personas con las que hacía negocios eran miembros de la mafia rusa. Los familiares de Trump supuestamente estuvieron involucrados en la administración directa de este proyecto panameño.

En el reportaje de Newsweek sobre el citado informe, se subrayan las manifestaciones del subdirector de la Fundación Sunlight, Alex Howard: "Esto es intrínsecamente un problema político. El gobierno puede investigar una empresa, incluso la del presidente. El problema aquí es que se trata del presidente, y el Congreso no lo hace responsable de lo que ha hecho en este contexto. No están llevando a cabo audiencias sobre la Organización Trump, y el propio presidente no está siendo transparente".

El informe de Global Witness dice que el proyecto de Panamá es un caso de manual de blanqueo de capitales. "Invertir en propiedades de lujo es una forma probada y confiable para que los delincuentes transfieran dinero contaminado al sistema financiero legítimo, donde pueden gastarlo libremente. Una vez limpiado de esta manera, las vastas ganancias de las actividades delictivas como el tráfico de personas y las drogas, el crimen organizado y el terrorismo pueden llegar a los EEUU. Y a otros lugares".
Y es que numerosas investigaciones han demostrado que Trump rara vez investiga a las personas con las que contrata o hace negocios. En su lugar, los observadores dicen que aplica un patrón fijo de acuerdos comerciales con personas sospechosas de lavado de dinero y corrupción. Y el negocio en Panamá fue un típico ejemplo.

La construcción de la Trump Tower en Nueva York

Algunas informaciones de la prensa internacional registran unos diez gigantescos edificios promovidos y construidos por la Organización Trump que portan su nombre, desde New York City a Panamá o Manila pasando por Estambul; aunque todavía no ha podido hacer realidad su proyecto de construir una Torre Trump en Moscú, en las proximidades del Kremlin, que tantas veces ha mencionado en declaraciones públicas.

Pues bien, durante mucho tiempo Donald Trump les ha vendido bienes inmobiliarios a compradores rusos y euroasiáticos, incluso desde que comenzó la construcción de la Trump Tower de la ciudad de Nueva York en el año 1980, según relata el libro referido. En unos casos eran compradores legítimos, pero otras ventas estaban estrechamente ligadas al crimen ruso organizado. En los años en que los bancos occidentales se mostraban reacios a concederle préstamos al insigne promotor inmobiliario y el crédito se había evaporado, los ingresos generados en la antigua Unión Soviética parece que rescataron a Trump de la ruina económica. Tras los años setenta en que emigraban a EEUU los refugiados judíos con importantes fondos, posteriormente la mayor parte del dinero que salía de Rusia en los últimos años del comunismo provenía de la mafia rusa. Esto significaba mover efectivo en grandes cantidades, utilizando contactos de Israel como cauce pero más frecuentemente el flujo se producía vía bancos en Luxemburgo y Suiza; mientras estos recibían depósitos de oro y piedras preciosas.

La Trump Tower de Nueva York se abrió  en 1983. Y entre los nuevos arrendatarios encontramos a recién llegados del Este europeo con considerables recursos en efectivo. Al año siguiente de su inauguración, Trump vendió cinco apartamentos en la planta 53 a un cliente llamado David Volatín, un supuesto socio del jefe de la mafia ruso-ucraniana Semion Mogilevich, por 6 millones de dólares; quien utilizó esas propiedades para "lavar dinero y proteger activos", como señalaron los fiscales; es decir, para llevar a cabo una estafa mediante el contrabando de gasolina. Hasta que en 1987 un tribunal le condenó a dos años de prisión por fraude fiscal; se  declaró culpable, eludió la fianza y huyó a Polonia, aunque finalmente fue extraditado a EEUU y encerrado.

A principios de los noventa llegó a EEUU otra oleada de dinero provocada por la caída de la URSS, por el caos durante la etapa de las privatizaciones del presidente Boris Yeltsin y el extenso saqueo de los activos y propiedades hasta entonces pertenecientes al Estado ruso. Gran parte de ese dinero se dedicó a negocios mafiosos de la prostitución, los casinos y el contrabando de armas, en parte radicados o dirigidos desde los EEUU, por lo que dieron ocupación a los agentes del FBI. Las recientes investigaciones encuentran muchos indicios de algún tipo de asociación con la Organización Trump. Desde luego la realidad es que los clientes rusos que adquirían los lujosos apartamentos y propiedades de Trump, fueron el núcleo de sus negocios inmobiliarios o derivados de estos. Y el citado periodista investigador de The Guardian, sostiene que eso tuvo lugar desde sus primeros tiempos como empresario-promotor inmobiliario o mediante asociaciones temporales de empresas, en las que aportaba la licencia de su marca a los inversores extranjeros, desde Panamá a Bakú en Azerbaiyán y Toronto en Canadá. Al parecer, los vínculos de Trump con el submundo del crimen organizado fueron poliédricos como lo eran sus socios más cercanos.
Ya en 2011, en la era del presidente Obama, los agentes del FBI consiguieron una orden judicial para pinchar el teléfono y localizar como objetivo a Vadim Trincher, un jugador de póker sospechoso de gestionar un círculo de salas de juego desde un apartamento en Nueva York.  Se trataba de un acaudalado ruso, que había adquirido la suite en 2009 a otro megarrico ruso, Oleg Boiko, pagando 5 millones de dólares en efectivo. Durante dos años el FBI realizó el seguimiento de las actividades que tenían lugar en el interior de un lujoso apartamento, el numero 63 A en la planta 51 de la Trump Tower, que desde ese momento se convirtió en un escenario significativo del delito. Donald Trump vivía tres plantas encima del tal Tricher, en un lujoso ático triple.  Las operaciones de casino eran gestionadas por un hijo de Trincher, en la planta 51 que había sido adquirida toda por 20 millones de dólares por un libanés estadounidense, marchante de arte y dueño de una destacada galería en N York llamado Helly Nahmad; al que los agentes federales habían identificado mediante las escuchas telefónicas; y al que tras el juicio le cayeron cinco meses de prisión.  En 2013 agentes del FBI registraron la Trump Tower en una operación en la que fueron detenidas treinta personas. A Trincher le cayeron cinco años de cárcel y en el juicio se supo que había lavado unos 100 millones de dólares, los beneficios de las operaciones de casino, mediante una sociedad offshore domiciliada en Chipre.

Todos estos personajes referidos y sus modus operandi ilustran quienes integraban la clientela y los socios del actual Presidente de los EEUU en sus largos años de promotor inmobiliario internacional.

El Deutsche Bank, acreedor de  Donald Trump

Ciertamente desde la época de Yeltsin, los bancos occidentales tuvieron sus cajas fuertes abiertas para los estafadores y lavadores de dinero sucio de Rusia. Y estos bancos fueron siempre reacios a pedir cuentas a Rusia pero si a alimentarse con bonus, comisiones, sobornos e instrucciones, como analiza la historiadora Karen Dawisha en su libro Putin´s Kleptocracy. El caso es que una vez más, el Deutsche Bank fue un punto de entrada del dinero sucio ruso en el sistema financiero global; y Donald Trump ha sido un asiduo cliente de este banco alemán. El último capítulo del citado libro del periodista investigador, está dedicado a las complejas relaciones del Deutsche Bank como acreedor con Donald Trump; y del banco alemán con el blanqueo de capitales rusos; hechos que podrían tener relevancia para la referida investigación de Robert Mueller, el fiscal especial del Departamento de Justicia de EEUU.

Según el relato del citado libro, en 2005 Donald Trump logró del Deutsche Bank en Nueva York el préstamo de una suma importante para financiar la construcción  del Trump International Hotel & Tower en Chicago, garantizando personalmente el reembolso de 640 millones de dólares. Pero cuando estalló la crisis financiera en Wall Street, el crédito impagado todavía ascendía a 330 millones de dólares que le fueron reclamados ante los tribunales. Y este singular litigio de Trump con el Deutsche Bank se cerró de modo extraño en 2010 con la obtención de un nuevo crédito, pero esta vez concedido de otra parte de la organización del banco alemán, la división de banca privada o de grandes fortunas. Según los datos de Bloomberg, cuando Trump alcanzó la presidencia debía al Deutsche Bank en torno a 300 millones de dólares, cuya devolución vence en 2023 y 2024. Es decir, que el país más importante del mundo está presidido por un deudor del Deutsche Bank.
Y durante todo ese tiempo, el Deutsche Bank ha estado lavando dinero sucio de Rusia en cantidades multimillonarias, porque  durante cuatro años participó con otros bancos globales en un plan mundial de blanqueo de dinero sucio que permitió a grandes delincuentes bombear más de 20.000 millones de dólares desde Rusia hacia paraísos fiscales offshore, adquisiciones inmobiliarias en Reino Unido, joyas, honorarios de colegios de élite e incluso giras musicales de rock. Los millones de dólares fueron transferidos gracias a la banca conforme a un plan denominado The Global Laundromat (La lavandería global),  utilizando firmas británicas de propiedad anónima que desempeñaban un papel importante.

Las agencias policiales revelaron cómo un grupo de rusos políticamente bien conectados fueron capaces de utilizar las empresas registradas en el Reino Unido para lavar miles de millones de dólares en efectivo. Las empresas se hacían préstamos ficticios entre sí, suscritos por empresas rusas, que terminaban incumpliendo el pago de estas "deudas". Lo que hacía que los jueces en Moldavia dictaran sentencias judiciales contra las compañías y las hicieran cumplir. Lo que permitía transferir legalmente enormes cantidades desde las cuentas bancarias rusas a Moldavia. De allí, el dinero pasaba a las cuentas de un pequeño banco de un pequeño país, del Trasta Komercbanka en Letonia, para el cual el Deutsche Bank actuaba como "banco corresponsal". Esto significó que el Deutsche Bank proporcionaba servicios denominados en dólares a los clientes rusos del Trasta no residentes.

Este caso ejemplifica cómo se engarzan las operaciones bancarias en el plano internacional, obstaculizando la persecución policial del blanqueo de capitales por la ausencia de medidas estructurales que controlen o corrijan la interconectividad bancaria. La gran pregunta es por qué no rechazaron las transferencias de dinero sospechoso, según las informaciones desveladas por el periódico The Guardian. 

En todo caso queda evidente una vez más la inclinación del Deutsche Bank por la labor de blanqueo de capitales, que podría haber facilitado la concesión generosa de créditos a clientes como Donald Trump. Aunque el asunto podría tener un alcance mucho mayor si la investigación oficial del fiscal especial Robert Mueller alcanza su meta. En un artículo de la prestigiosa revista estadunidense The Atlantic de 19 de enero de 2018, se destaca que "de todas las preguntas sobre las intrigantes relaciones entre Trump y Rusia, la cuestión de si el Kremlin podría haber lavado dinero a través de la Organización Trump para chantajear a Trump no siempre ha sido destacada, oscurecida por conexiones más directas, como las discusiones entre funcionarios rusos y altos responsables de la campaña presidencial  de Trump, como Donald Trump Jr.; el procesado George Papadapoulos u otros personajes más inquietantes del dossier de Trump". Y de ahí el título del artículo: Is Money-Laundering the Real Trump Kompromat? "¿El lavado de dinero es el verdadero Trump Kompromat?"
Kompromat es un vocablo ruso (literalmente «material comprometedor») para describir datos comprometedores sobre un político u otra figura pública, que las agencias de espionaje rusas podían utilizar en un futuro como chantaje o para asegurar lealtad. Vocablo de uso generalizado en los medios estadounidenses desde la emergencia del asunto Trump-Rusia.                                    



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