martes, 25 de septiembre de 2012

Mario Draghi, un poder fáctico europeo


Mayer Armschel Rothschild, el patriarca de la que sería luego la más poderosa dinastía de banqueros, dijo en 1791: “Dejadme que emita y controle la moneda de una nación y no me importará quien haga las leyes”. Desde entonces probablemente nadie como Mario Draghi con su sonrisa enigmática ha hecho verdad aquella famosa frase histórica actuando como presidente del Banco Central Europeo,.

Cuentan que los cinco hijos de aquel primer Rothschild  fueron enviados a las principales capitales de la Europa del siglo XVIII – Londres, Paris, Viena, Berlín y Nápoles – con la misión de establecer un sistema bancario que estuviese fuera del control de los gobiernos. La idea era lograr que la política y la economía de las naciones estuvieran controladas por los banqueros para su propio beneficio. Así surgió un “banco central” de propiedad privada (luego público) que se estableció en casi todos los países; y el sistema de bancos centrales (ahora independientes de los gobiernos)  ha logrado finalmente el control sobre las economías, en particular en el Eurogrupo gracias al BCE. Con autoridad para imprimir dinero en sus respectivos países, generalmente los bancos centrales prestan dinero a los gobiernos para pagar sus deudas y financiar sus proyectos, salvo en el caso del BCE cuyos estatutos le prohíben prestar euros a los Estados miembros (art. 123 del Tratado de la UE) aunque sí a los bancos de los países, contribuyendo así a potenciar la intervención de los mercados financieros en el endeudamiento de los gobiernos.

El resultado ha sido una economía financiera globalizada en la que no solamente la industria sino los gobiernos mismos funcionan sobre el “crédito” (o la deuda) creado por un monopolio de bancos internacionales que encabeza una red de bancos centrales incluido el BCE; y en la cumbre de esta red está el “banco central de los bancos centrales”,  el Banco de Pagos Internacionales de Basilea (Suiza), auténtico regulador bancario en la sombra conocido por sus siglas en inglés (BIS) al que dedicamos un capítulo en El casino que nos gobierna (El casino que gobierna el mundo en la edición argentina).

El BCE encarna como ningún otro banco central  la idea genial del primer Rothschild, porque este banco central ni siquiera supervisa las cuentas de los bancos de la eurozona a los que presta dinero (algo que ahora se quiere remediar) y es el único banco central del mundo amparado por un tratado internacional, con autonomía e independencia frente al Consejo y demás instituciones y gobiernos europeos  para velar únicamente por la estabilidad de los precios sin responsabilidad sobre el crecimiento económico y el empleo. Y en esta larga etapa de crisis económica y desconcierto institucional que padecemos en Europa, nadie más indicado para ocupar el puesto de presidente del BCE que un tecnócrata global como Mario Draghi, doctor en economía por el Instituto Tecnológico de Massachussets, que antes de gobernador  del Banco de Italia había tenido una sólida carrera internacional como miembro del BIS y del banco mundial de inversiones Goldman Sachs, escuela de mandarines estadounidenses. 

Como vicepresidente para Europa de Goldman Sachs International con sede en Londres, uno de sus máximos responsables hasta 2005, este banco de negocios asesoró técnicamente al jefe de gobierno conservador Kostas Karamanlis para ocultar la verdadera magnitud del déficit griego; un fraude que condujo a la crisis financiera de Grecia surgida en 2010. De hecho, en junio de 2011, en el Parlamento Europeo fue interrogado sobre esos hechos alegando en su defensa que su responsabilidad se centraba en empresas y no en gobiernos, como si no hubiera asistido a las reuniones del comité ejecutivo del banco al que pertenecía.

Por tanto, era el hombre experimentado para servir a “los mercados” en una etapa histórica del dominio financiero sobre los Estados europeos, donde el BCE es la única institución con poder propio sobre la moneda común de 17 países, el euro, puesto que fija su volumen y su precio (el tipo de interés) e indirectamente determina el coste del endeudamiento de los bancos, de los hogares y de los Estados del Eurogrupo. Un poder político que Mario Draghi ejerce con destreza sobre los países del euro.


Por un lado, tenemos las muestras de su capacidad persuasiva para calmar los mercados financieros de vez en cuando desalentando la venta de bonos soberanos. A finales de julio bastó una frase Draghi afirmando que “el BCE está dispuesto para hacer lo que haga falta para salvar el euro”  para hacer bajar sustancialmente la prima de riesgo de España e Italia durante largas semanas; es decir, sus palabras fueron suficientes para disminuir el coste del endeudamiento creciente de los gobiernos del Sur. En el lenguaje codificado de “la comunidad financiera” se interpretó como una señal positiva enviada a los “inversores” de corto plazo, es decir, a los especuladores. Las expectativas suscitadas por la citada frase, que tuvo gran eco en la prensa mundial, le sirvieron para ejercer un control remoto sobre la política europea desde ese momento.

Y días más tarde Draghi nos daba una muestra de ese control que ejerce sobre las políticas económicas de los gobiernos en apuros y sobre la eurozona, al mismo tiempo que ridiculizaba al actual jefe del gobierno español que le pedía públicamente que comprara bonos del Sur a los bancos para bajar la prima de riesgo; y como respuesta desde Francfort le ponía en el brete de tener que pedir un segundo rescate, esta vez total, si quiere que la prima de riesgo no se dispare. Nuevamente, el jueves 2 de agosto cumplía o superaba las expectativas de los mercados al anunciar que el BCE estaba dispuesto a comprar cantidades ilimitadas en bonos con vencimiento de hasta tres años de países que pidan un rescate y cumplan estrictas condiciones. Y esa condicionalidad la establecía Draghi sin ser miembro del Consejo europeo de jefes de Estado y de gobierno de la UE. Marcaba, pues, el camino para rescatar la eurozona, marginando la voz disidente del Bundesbank alemán. Al gobierno español ya no le quedaba la excusa de que antes de pedir más ayuda necesitaba conocer las condiciones. Las reglas están fijadas por Draghi: ahí tenéis las condiciones que queríais conocer, compraré bonos a los bancos españoles pero pedid antes el rescate.  “Mario Draghi: salvador o ejecutor” rotulabaPresseurop los diversos comentarios de la prensa europea al respecto que subrayaban el poder del que había hecho gala frente a una situación complicada por el vacío institucional europeo.
    


Y a todo esto tenemos que añadir la capacidad de Draghi para diseñar el futuro de Europa; sobre todo, hacia “los mercados” ofrece una imagen de sumo sacerdote de la política europea, justificando las injustas políticas de graves recortes sociales en los países del Sur, donde la izquierda brilla por su debilidad y su fraccionamiento. Es capaz de augurarnos el futuro, un futuro que va camino de cumplirse. El 24 de febrero de 2012, el The Wall Street Journal recogía unas palabras de Draghi en Francfort, muy reveladoras de su concepción neoliberal para gloria de “los mercados”, afirmando que no hay escapatoria para las medidas de austeridad en Europa y que el contrato social europeo se ha quedado obsoleto. Este periódico financiero destacaba que Draghi “se ha ganado las alabanzas de los inversores por su gestión de la crisis en meses recientes “(en esas fechas llevaba solo cuatro meses escasos en el nuevo cargo). Desde su posición preeminente advertía Draghi que “dar marcha atrás en los objetivos de ajuste fiscal suscitaría una inmediata reacción del mercado, empujando al alza los diferenciales de los tipos de interés”, la mal llamada prima de riesgo. Más aún, sostiene en esa entrevista que “se ha acabado” (“is already gone”) el tan alabado modelo social europeo, que prima la seguridad en el empleo y ofrece redes de seguridad generosas. Nadie le desautorizó.

He ahí, cómo Draghi exhibe su poder supranacional en una Europa de instituciones ademocráticas, un personaje al que no han votado los ciudadanos europeos de ninguno de los 17 países que comparten el euro. Una prueba más que de que nos estamos jugando la democracia en la gestión de esta crisis. Y mucho más en España con el actual gobierno tan poco respetuoso con  la ciudadanía y tan patoso en la gestión europea que ha optado por rendirse ante “los mercados” y quienes los representan.-